Estoy leyendo un fantástico libro "La Necesidad del Caos. Cómo el riesgo y lo disruptivo incrementan la innovación, la efectividad y el éxito", de la editorial Empresa Activa. Habría muchos aspectos que podría destacar pero prefiero compartir dos citas que me han parecido muy interesantes:
Vivimos en el siglo de la gestión de la mentes, y no de los cuerpos, y no es lo mismo una mente que un cuerpo en cuanto a creatividad y a productividad se refiere:
Recuerde que al principio los neurocientíficos pensaban en nuestros cerebros como si fueran coches, en los que las regiones cerebrales, como un motor, se activan cuando era necesario y se apagaban cuando no las usábamos.
Este modelo es propio de la era industrial, cuando era frecuente pensar que los empleados de una cadena de montaje eran piezas intercambiables de una máquina más grande. Los gerentes gestionaban cuerpos en un intento de llegar a sus objetivos. Durante un turno de ocho horas tenía que salir por la puerta un número determinado de productos. Es posible que con el paso del tiempo se resintieran la calidad y la eficacia, pero la cadena de montaje seguiría funcionando.
Pero en la era de la información el paradigma de los gerentes ha pasado de gestionar cuerpos a gestionar mentes. Es cierto que un cuerpo que descansa es un cuerpo que no produce. Pero una mente en reposo podría ser el mayor activo de un director y de una empresa. Los empleados que trabajan sin descanso en un problema quizá no concedan a sus mentes el espacio que necesitan para sintetizar la información y encontrar soluciones visionarias.En el siglo XVIII donde emergería con fuerza la Ilustración las grandes ideas se diseñaban y se discutían en salones organizados de una forma muy especial. Pensemos en ello si queremos crear espacios de fluidez y creatividad en nuestras empresas:
Estos salones no solían tener una lista de temas u objetivos específicos. Se diseñaban alrededor de personas que tenían intereses comunes y que se reunían para charlar. A pesar de su aspecto poco impresionante (un lugar informal donde los asistentes podían participar de una conversación intelectual, desestructurada), los salones usaban una receta poderosa con la que ahora estamos familiarizados. Ofrecían a la sociedad dieciochesca el espacio en blanco de la ausencia de programa; funcionaba fuera de las estructuras oficiales del poder francés, por lo que invitaban a sospechosos no habituales. Y, los resultados, que ahora ya sabemos que son previsibles, fueron sorprendentes.
Las anécdotas y las ideas de la Revolución Americana se compartieron en los salones parisinos, estimulando los asistentes de una menea que al final desembocó en la revolución Francesa. En los años posteriores, se comentaron los ideales del voto para las mujeres y el modernismo, que tuvieron el mismo efecto a gran escala sobre la sociedad general.
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