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La
idea se extiende a pie de calle y en las redes sociales: Asturias se
desindustrializa. Expedientes de Regulación de Empleo (ERE), cierres, concursos
y despidos en la industria asturiana están presentes en los medios y las
conversaciones de los asturianos. ¿Cómo es posible que una crisis de raíces
inmobiliarias tenga tanto impacto en una Comunidad como Asturias, donde no
teníamos precisamente esa especialización?
Desde
luego existen muchos factores, de los que me gustaría destacar dos: (i) el
sistema financiero está asfixiando a la industria española. Y, (ii), Asturias
está pagando muy severamente no tener un tejido empresarial más especializado
en la producción de bienes y servicios que incorporen tecnología y conocimiento
al mercado para diferenciarse.
Respecto
a la asfixia financiera. El sistema financiero español se ha especializado en
una tipología de crédito con un fin muy concreto, el hipotecario, para
financiar la adquisición o construcción de viviendas. Actualmente las empresas
y las familias españolas deben a los bancos 1,7 billones de euros. De esos, 6
de cada 10 euros están vinculados a la construcción.
¿Y
qué tiene que ver esto con la industria asturiana? Las empresas promotoras
españolas deben a los bancos la friolera de 378.000 millones de euros, según el
Banco de España, el equivalente al 36% del PIB. ¿Cómo va a devolver un sector
empresarial, cuyas ventas y beneficios no existen, un montante así de deuda? La
respuesta es... que difícilmente. La banca ya tiene más de 100.000 millones de
euros contabilizados como de dudoso cobro de los préstamos a esas promotoras.
Si la morosidad en España se multiplicó por 10 desde el comienzo de la crisis,
en la construcción se multiplicó por 110.
La
lección es clara: aquellas actividades tan “seguras” y que tan fácilmente se
financiaban por nuestros bancos han resultado ser las de mayor riesgo y
toxicidad (en términos de morosidad) de España. Y esto ha contaminado las
posibilidades de financiación del resto de actividades de nuestra economía: la
industria, los servicios y la agricultura.
La
crisis ha reducido el crédito disponible y los mercados han puesto freno a
nuestra “gula” de deuda. Pero, ¿cómo se frena? La deuda de la construcción en
España se incrementó en casi un 700%, desde el año 2000; mientras que la deuda
de la industria aumentó en tan sólo un 91%. Desde diciembre de 2008 el crédito
se ha reducido en un 6%. ¿En cuánto se ha reducido la deuda en la industria?
Pues en casi 5.000 millones de euros, aproximadamente un 11%, y un 18% en el
sector agrario.
Es
decir, el sistema financiero no sólo se especializó en conceder préstamos a la
construcción sino que, a la hora de no renovar pólizas de crédito, reducir
préstamos, cancelar líneas para operaciones de importación/exportación o,
simplemente, descontar pagarés, la banca ha elegido a la industria. ¿Qué
pensaría si le dijera que hay empresas asturianas con un importante número de
pedidos sin atender porque no tienen financiación para comprar materia prima?
¿O empresas que no pueden exportar porque les falta el “aceite” financiero
necesario, a pesar de tener clientes, contratos y posibilidades comerciales?
La
sequía del crédito industrial está lastrando las relaciones entre proveedores y
clientes. Nadie se fía de nadie, se paralizan las actividades productivas y se
aceleran los despidos. La banca española está contaminada de activos
inmobiliarios con mucha morosidad potencial, tienen serias dificultades para
acceder a crédito en los mercados internacionales y, ahora, no sólo hay menos
posibilidades para que desarrollen su negocio -prestar dinero-, sino que además
las condiciones son peores y lastran el desarrollo de actividades industriales,
con mucha menor toxicidad y más posibilidades de generar crecimiento.
Resulta
curioso que el primer paquete del rescate bancario, de nada menos que de 37.000
millones de euros, no vaya a parar a generar más liquidez en el sistema
productivo de España, sino que su destino sea “limpiar” parte de sus activos
tóxicos.
Asturias
cuenta con una tradición industrial y empresarial muy especializada pero con
poca propensión a la inversión en actividades de conocimiento. Parecía que esta
tendencia se iba a romper. Durante la década de los 2000, parecía emerger una
red de centros tecnológicos, públicos y privados, que sólo en el año 2010 lograba
más de 2.500 contratos con empresas para actividades de innovación; en los
programas internacionales, las empresas asturianas ya empezaban a tener una
participación (aún pequeña, pero positiva) en I+D. Se fue creando una red de
clusters y de iniciativas privadas, con fomento público, y todo indicaba que se
estaba tupiendo un cambio en la forma de abordar los procesos productivos; las
estadísticas así lo indicaban.
Pero
los resultados son insuficientes: por ejemplo, mientras una empresa vasca
destina en torno a 1.100 euros por empleado en actividades de I+D, una
asturiana destina 250 euros. Asturias no tiene una especialización manifiesta
en actividades de alto valor añadido, tenemos dificultades para tomar aviones y
vender productos diferenciados en cualquier parte del planeta y aún tenemos un
gran recorrido en la forma en la que el conocimiento crea raíces en
la-forma-de-hacer-las-cosas.
Hoy
nadie habla del conocimiento y la tecnología como palanca para reactivar el
tejido empresarial asturiano. Se están tumbando actividades en incipiente
desarrollo que sobreviven con gran incertidumbre y sin apoyo político claro y
manifiesto. Estamos inmersos en recortes de líneas de financiación que,
comparativamente, son ridículas con otras regiones más dinámicas y punteras,
las cuales están sorteando mucho mejor la crisis actual. Urge actuar en este
campo de forma inmediata: si no se bombea liquidez financiera y conocimiento al
tejido empresarial asturiano, corre el peligro de morirse de asfixia.
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