Como vengo contando en este blog desde hace unos meses, la complejidad está instaurada en nuestras vidas y, como no, también en las empresas. Y más aún en las empresas nuevas; nacen de una idea, con un equipo y con una caja de herramientas. Pero diferenciarse en un mundo donde hay más de 10.000 millones de referencias de productos y servicios distintos es francamente un reto, los financieros lo llaman riesgo e incertidumbre.
Como diría Guy Kawasaki, siempre hay alguien en un garaje -a miles de kilómetros- que está haciendo algo que puede suponer la destrucción de tu idea (empresa). La innovación o forma parte del ADN de toda empresa o no existirá empresa. Y, además, la innovación o es radical, es decir, aporta una sustancial propuesta de valor al mercado o no lo será, o dicho de otra manera, será demasiada efímera, con poco impacto. Así que si existiera un indicador del nivel de exigencia para que quien lanza una idea al mercado en el siglo XXI, apostaría firmemente porque éste ha aumentado sustancialmente en las dos últimas décadas, y lo hará aún más.
Durante décadas venimos asistiendo a una transformación en la forma en la que hacemos las cosas, pasando de una economía industrializada, orientada a una fabricación en masa y unos servicios focalizados en la eficiencia y la productividad de los recursos, a otra economía donde los inputs estratégicos ya no son los recursos naturales ni la localización física en un determinado lugar. Cualquier compañía que quiera ser sólida en el siglo XXI tiene que jugar a las reglas de lo global, con fuertes raíces locales, a detectar, usar y generar un gran valor del talento y de su ecosistema (también más global).
No se trata de que internet nos haya unido, generando comunicación instantánea, ni siquiera que genere caudales de información continua sobre compañías, productos o precios. En realidad, se trata de la creación continua de nuevos mercados, nuevas posibilidades para detectar problemas, resolverlos, aportar valor y diferenciarse, independientemente donde te ubiques. El talento no se identifica con un título sino con lo que muestras y demuestras a los demás en un escaparate global. Enseñas y te evalúan por lo que ofreces y aportas. Las buenas ideas, los buenos diseños, las propuestas de valor, se pueden probar y enseñar en mercados globales sin salir del salón de tu casa. Estamos en el arranque de la nueva ola del fenómeno Makers, del que hablaré dentro de muy poco en Sintetia.
Pero la historia no es tan sencilla. Los menores costes de acceso a la información y a la comunicación no se traducen en éxito de forma instantánea. La competencia es global, las habilidades (skills) hay que ganárselas todos los días. Aprender y desaprender forma parte del proceso continuo de la creación. Pivotar es un verbo clave: prueba, aprende, mejora. Absorber es tu nuevo aliado: busca información, testea y obtén en qué te puede beneficiar para lo que estás haciendo. Ahora los valores importan, y cada vez más. Como Gary Hamel siempre nos enseña, tenemos que lograr humanizar las empresas, abrirlas, apasionarlas y convertirlas en un organismo vivo que detecte oportunidades constantes.
Ha cambiado la tecnología, la forma en la que nos organizamos pero sobre todo la importancia relativa de los inputs. Quien diseña, quien siente, quien visiona, quien aporta valor, quien asimila información para convertirla en conocimiento de valor, son las personas. Y las personas no son máquinas programables. Los talentos se crean, se incentivan, se forjan con proyectos ilusionantes y con unas nuevas relaciones laborales más humanas, que aporten posibilidades para el desarrollo personal, para el crecimiento y la autoexigencia. Innovar, aportar experiencia en el consumo, vender, comunicar lo hacemos las personas. y, por tanto, estas personas son la esencia de los intangibles que gobiernan y gobernarán la creación de riqueza y empleo en el futuro.
¿Y dónde están esos intangibles en las contabilidades? ¿Y cómo valoramos proyectos de inversión con un entorno tan complejo, cambiante e incierto? ¿Cómo medimos la creación de valor si, precisamente, lo determinante del mismo suele estar fuera de los libros de contabilidad? ¿Cómo se puede predecir, invertir, atender a nuevas exigencias en entornos tan cambiantes y exigentes?
Al responder a estas preguntas siempre me enfrento al muro de la complejidad. Tenemos que buscar nuevas fórmulas para analizar la realidad, adoptar decisiones empresariales, de inversión, asignar riesgos o enfrentarnos al puzzle de la creación de valor. Dos de los retos más importantes del nuevo management son:
1.- Alimentar un caldo de cultivo para que las empresas sean más humanas, más catalizadores de talentos y habilidades personales, (no dejes de leer el gran artículo de Adam Davidson en The New York Times donde explica muy bien la necesidad de "pensar fuera de la gran caja").
2.- Y el segundo reto es que hay que repensar las finanzas, porque no valen las viejas reglas financieras diseñadas para mercados predecibles e inversiones tangibles. Tenemos que adoptar nuevas lógicas financieras que se adapten a entornos donde imperan los intangibles y alta incertidumbre.
1.- Alimentar un caldo de cultivo para que las empresas sean más humanas, más catalizadores de talentos y habilidades personales, (no dejes de leer el gran artículo de Adam Davidson en The New York Times donde explica muy bien la necesidad de "pensar fuera de la gran caja").
2.- Y el segundo reto es que hay que repensar las finanzas, porque no valen las viejas reglas financieras diseñadas para mercados predecibles e inversiones tangibles. Tenemos que adoptar nuevas lógicas financieras que se adapten a entornos donde imperan los intangibles y alta incertidumbre.
Desde #CIESFinanzas este año le hincaremos el diente a la complejidad. Hemos acabado el año 2013 con el desarrollo de una metodología que permite abordar procesos financieros en entornos de complejidad, innovación y elevados intangibles. Lo hemos llamado.... (continuará en el próximo post)
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