Alguna vez me han preguntado por qué uso tanto esa frase,
sobre todo últimamente. Y es que desde que leí la biografía de Jobs, pienso en
ella muchísimas veces, y últimamente mucho más. Esa frase esconde, a mi juicio, más sabiduría de lo
que parece. Trataré de explicarme. Primero, ¿de dónde surge
esa frase?
Pues surge en uno de los momentos más complicados donde Jobs
fue quitado del medio en la empresa que él mismo creó y, en 1982 se encontraba
dirigiendo al equipo Mac, unos cuantos ingenieros, elegidos por él a los que
exprimió al máximo. Tenía un comportamiento de máxima exigencia con ellos, Jobs
se tomó el proyecto Macintosh como algo tremendamente importante, alejado como si fuera una isla de lo que se hacía en el resto de la compañía.
Pues bien, una de las cosas que hacía Jobs, y que creo que
se debería hacer con más asiduidad en las empresas, grandes y pequeñas, son los
retiros para pensar, motivarse y crear espíritu de equipo. En uno de esos
encuentros, con un equipo cansando, que sufría retrasos, presiones del propio
Jobs pero también de la compañía que estaba destinando mucho dinero en algo que
no se sabía muy bien qué podía ser y, sobre todo, si el público lo aceptaría o
no. En una de las convenciones de 1982 Jobs en un retiro pronunció un discurso
a su equipo. Cito el pasaje del libro donde surge la frase:
“A pesar de su
odioso comportamiento, Jobs también tenía la habilidad de dotar a su equipo con
un gran espíritu de compañerismo. Tras arremeter contra alguien, encontraba la
forma de levantarle la moral y hacerle sentir que formar parte del proyecto del
Macintosh era una misión fascinante. Y una vez por semestre, se llevaba a gran
parte de su equipo a un retiro de dos días en algún cercano destino vacacional.
El de septiembre de 1982 se celebró en Pajaro Dunes, cerca de la localidad
californiana de Monterrey. Allí, sentados junto al fuego en el interior de una
cabaña, se encontraban unos cincuenta miembros del equipo. Frente a ellos, Jobs
se situaba en una mesa. Habló con voz queda durante un rato, y a continuación
se acercó a un atril provisto de grandes
hojas de papel, donde comenzó a escribir sus ideas. La primera era: «No cedáis». Se trataba de una máxima
que, con el tiempo, resultó ser beneficiosa y dañina a la vez. Con frecuencia,
los equipos técnicos tenían que llegar a soluciones de compromiso, de manera
que el Mac iba a terminar siendo todo lo «absurdamente genial» que Jobs y su
equipo pudieran, aunque no fue lanzado al mercado hasta después de otros
dieciséis meses […] Para Jobs “no está
acabado hasta que sale al mercado; «es preferible no cumplirla antes que
entregar el producto equivocado» Otra de las
páginas contenía una frase similar a un koan que, según me contó, era su máxima
favorita. «El viaje es la recompensa»,
rezaba. A Jobs le gustaba resaltar que el equipo del Mac era un grupo especial
con una misión muy elevada.
“«Cada día que
pasa, el trabajo que están llevando a cabo las cincuenta personas aquí
presentes envía una onda gigantesca por el universo —afirmó—. Ya sé que a veces
es un poco difícil tratar conmigo, pero esta es la cosa más divertida que he
hecho en mi vida».”
Exigencia, trato duro, difícil pero a la vez te hacía
inmolarte en grandes retos, apasionantes. Jobs era un tipo tremendamente
complejo, y la biografía de Walter Isaacson es también dura con él. Pero hay
algo en lo que conectamos, y es su pasión por la meditación. Y no se puede
entender “el camino es la recompensa” sin un pensamiento Zen.
Llevo meses inmerso en el mundo Mindfulness, en lecturas de
todo tipo, científicas y espirituales, sobre la atención consciente, el ego,
las emociones y cómo el estrés puede destruirnos. Y una de las máximas más
importantes de la meditación es que te permite centrarte en el presente. Es un
entrenamiento muy potente para ganar foco, atención máxima, como un láser, en
el único momento que existe, que es el presente, en lo que ocurre, en el ahora,
en lo que estás haciendo.
A muchos nos atormenta el pasado, todo aquello que no
dijimos, que no hicimos, o lo que hicimos y nos arrepentimos, los errores que
nos golpean con fuerza, nuestros miedos adquiridos. Nuestra educación, nuestra
infancia, después la adolescencia… el pasado parece que nos encarcela para
vivir nuestro presente. Estamos atrapados muchas veces en nosotros mismos, y
esto es terriblemente perjudicial.
“El enemigo es uno mismo, vive dentro, acurrucado en los
pliegues más hondos de nuestra conciencia.”
Santiago Álvarez de Mon. Aprendiendo a Perder.
Esta cita de Santiago Álvarez explica perfectamente cómo lo
que tenemos dentro es nuestro peor enemigo. El pasado pero también el futuro.
De hecho, el propio Santiago se pregunta “¿Por qué se asocia la vida con la
meta y no con el camino?” Esta cuestión es una versión de “el camino es la
recompensa” si lo pensamos bien.
Y es que pensar en el futuro es a veces tan peligroso como
atormentarnos con el pasado. A cuánto estamos dispuestos a renunciar por algo
que vendrá mañana, pero cuando el hoy acaba y se está transformando en ‘mañana’
esta da un salto y lo que pensamos que llegaba ya, resulta que no es así.
“Dejaré este trabajo cuando tenga X dinero”…”no haré este viaje porque esperaré
a…” “me apasiona esto pero tengo miedo, prefiero esperar…”. Yo he vivido, y lo
reconozco, muy enfrascado en esta tipología de pensamientos.
Esperar, tener expectativas, dibujar, visualizar la meta
como único fin hace que si te quedas a un metro, a un segundo de ella, todo lo
demás no importa, te sientes un perdedor, estás perdido. Parece que estamos
programados para “ganar”, pero nunca tenemos suficiente, no sabemos en realidad
qué eso de ganar, es una especie de entelequia que nos hace perder los minutos
de nuestra vida en el futuro, en algo que parece sólo existe en nuestra cabeza. Está demostrado, por estudios científicos, que esa expectativa ya genera
cambios en nuestro cerebro. A nuestro cerebro le cuesta mucho distinguir qué es
real y qué está en nuestra imaginación. La expectativa se convierte en algo tan
real, tan factible, que si no lo conseguimos la desilusión es terrible. ¿Nunca
has soñado con una experiencia, que saboreas mentalmente, que tienes muchas
ganas, que parece que está ahí, que ya parece una realidad pero cuando la vives y
es distinto a cómo la pensaste te llevas un sentimiento de dolor y frustración
muy severos?
Vuelvo a citar a Santiago Álvarez:
“Tan necesitados están de ganar, desean tanto sobresalir,
que en ninguna de las fases que jalonan su carrera disfrutan íntimamente de su
trabajo ni aprecian el proceso en sí mismo, independientemente de los resultados”.
Ceñirte sólo a los resultados (a la expectativa de los
mismos), poner el ego (ese monstruito que nos define y que es insaciable) por
encima de todo, hace que seamos esclavos del “más y más”. ¿Y si nos paramos y
disfrutamos de lo que estamos haciendo? Y si nos paramos y vemos que lo que
hacemos es una mierda sin sentido ¿porque no tomamos decisiones, aunque sean pequeñas,
para cambiarlo? ¿Y si el camino es más importante que la meta? ¿Y si el camino,
los infinitos caminos, es lo único que existe?

En una carrera reciente por la playa pensaba sobre el
sufrimiento del camino al correr. Correr se disfruta mucho más al finalizar, al
ver el camino recorrido y al sentir que lo que has hecho es realmente
importante para ti. En cambio, si prestamos atención consciente y plena a cada
zancada, a lo que ocurre a nuestro alrededor, a la respiración, al sonido del
mar, al olor a sal, al paisaje que se muestra en el horizonte con nubes
cargadas que acaban en medio del agua…si pensamos en todo eso, la percepción de
que o llegamos a la meta o nada, de que sólo cuando acabe esto tendrá sentido…se
esfuma. La próxima vez que vayas a caminar (aunque sea para ir al trabajo), que
comas o que tomes un café, piensa en todo lo que tienes en ese momento cerca de
ti. Pon plena atención (y apaga el WhatsApp) y entenderás poco a poco esto de
que el camino es la recompensa.
Esto no quiere decir que centrarse en el presente implique
no planificar, no priorizar, no tomar decisiones que atañen al futuro. Para
nada, de hecho es clave. No se puede hacer algo con sentido AHORA sin antes
cargarte lo que NO debes hacer, lo que no has elegido, lo que te aleja de tu
propósito como persona. No confundamos los términos. Siempre recuerdo la frase
de que “el mejor museo lo es precisamente no por los cuadros que se exponen en
él, sino por los que se han descartado. Un museo lleno de cuadros, aunque sean
excepcionales, se puede convertir en un almacén, donde no se puede apreciar la
excelencia”. Así que priorizar, poner foco y disfrutar del camino están
absolutamente correlacionados.